Como en todas las facetas de la vida, el tiempo es el juez que dictamina que el momento de unos ha llegado, y el de otros ha terminado. El ciclismo no quiere ser menos y en los últimos años nos hemos encontrado ante un importante relevo generacional. La irrupción de nuevos talentos llamados a suplir a los actuales referentes del pelotón es toda una realidad. Es en definitiva ley de vida.
Todo esto me ha llevado a darme cuenta de un hecho sorprendente. Nos encontramos ante una hornada extremadamente talentosa. La generación de 1990. Una generación de oro, llamada a marcar una época y que una vez más solo el tiempo nos dirá si es capaz o no de hacerlo. Lo que sí está claro es que probablemente jamás ha habido un año tan prolífico para el ciclismo profesional.
El año 1990 es el año de Peter Sagan. Pero también es el año de los Nairo Quintana, Michal Kwiatkowski, Fabio Aru, Thibaut Pinot, Nacer Bouhanni, Romain Bardet, Tom Dumoulin, Michael Matthews o Taylor Phinney. Casi nada.

Hablamos de una generación no solo de futuro, sino de presente. Tenemos en ella a ganadores nada más y nada menos que de Vuelta a España, de Giro de Italia, y sobre todo tenemos a los dos últimos campeones del mundo.
El año 1990 sorprende además de por su gran poderío y talento por su enorme versatilidad. Por su polivalencia. En ella hay escaladores puros, como Fabio Aru, Nairo Quintana o Thibaut Pinot, contrarrelojistas de gran planta como Tom Dumoulin o Taylor Phinney, sprinters de la talla de Bouhanni o Matthews y todoterrenos y clasicómanos como Peter Sagan y Michal Kwiatkowski. Pero ante todo en ella hay corredores ganadores. Corredores con ansia de triunfo y de victoria, con ganas de comerse el mundo y con ambiciones inacabables.
El paso del tiempo nos dirá si la generación de 1990 es recordada o no como la mejor de la historia del ciclismo. Por ahora, todo está en sus piernas. Todo esta por ver. En definitiva, todo esta aún por escribir.