Aprovechando el reciente recuerdo hacia la figura del desaparecido Marco Pantani, quizás no sea mal momento para rememorar la que quizás fuera su mayor gesta encima de la bicicleta.
Nos situamos en el Tour de Francia de 1998. El recorrido, que contaba con dos cronometradas individuales que superaban los 50 kilómetros y un abanico de etapas de montaña más bien escaso, no le favorecía especialmente. En la edición anterior, si bien se había mostrado intratable cuesta arriba, la superioridad del alemán Jan Ullrich contra el reloj le terminó relegando al tercer cajón del podio. Ahora bien, Marco venía ahora de ganar un Giro de condiciones similares y la renta lograda en la montaña le valió ante contrarrelojistas de la talla de Zülle y Tonkov.
En el Tour, Ullrich se vistió de amarillo en la contrarreloj con llegada en Corrèze. Entonces llegaron los Pirineos, donde el italiano venció en Plateau de Beille, pero el alemán aún le aventajaba por más de 3 minutos. Sin embargo, los Alpes estaban por llegar, y allí Pantani tendría una 2ª oportunidad.
La 1ª etapa alpina, con llegada a la estación de esquí de Les Deux Alpes, estuvo marcada por las duras condiciones meteorológicas. Lejos aún de meta, en el ascenso al Galibier, el líder se había quedado sin gregarios y se encontraba sólo ante el peligro. Sus rivales aprovecharon su momento de debilidad para atacarle. Pantani hizo lo propio y lanzó un poderoso ataque en solitario que dejó noqueado al alemán. Allí se marchó, se disipó rápidamente entre la niebla y desapareció de su vista. Ya no le vería hasta la meta.
Tras una gran cabalgada, Pantani completó su gran odisea llegando exhausto a la cima de Les Deux Alpes. No aflojó ni un solo instante con el fin de exprimir al máximo la ventaja que iba a lograr ante sus rivales. Alzó los brazos, al borde del desfallecimiento, pues aquella jornada lograría mucho más que un triunfo de etapa.

El resto de ciclistas fueron llegando a meta progresivamente, la carrera se había roto por completo. Y tras 9 minutos, allí estaba, el hasta entonces líder cruzaba la línea con el gesto totalmente desencajado. Pantani se vestía por 1ª vez de amarillo, y además con una considerable renta de tiempo. Ni los triunfos de Ullrich en Albertville y en la crono de Le Creusot, ni el escándalo del Caso Festina evitarían que el italiano se coronase en París, con una ventaja de más de 3 minutos respecto a Ullrich y de 4 frente al americano Bobby Julich. Hacía más de 3 décadas, desde Felice Gimondi en 1965, que un italiano no triunfaba en París. Aquel año se recuperó la hegemonía de los escaladores en Francia, ya que aquella década la habían dominado los especialistas del reloj, véase Indurain, Ullrich e incluso Riis.
En 1999, Pantani iba lanzado hacia un nuevo triunfo en el Giro cuando fue expulsado por altos niveles de hematocrito en sangre, lo que supuso el inicio de su declive. Ya no volvería a ser el mismo.
Su vida fue una auténtica montaña rusa, a la par con sus dotes de escalador. En 1995 se partió la tibia y el fémur en un accidente de automóvil durante la clásica italiana Milán-Turín, dejando un ’96 en blanco y la amenaza del prematuro fin de su carrera. Volvió en el ’97 y en el Giro chocó contra un gato y terminó abandonando. En 1998, en plena madurez, llegó su momento álgido, la culminación de su carrera. Pantani llegó, en la cima de Les Deux Alpes, a la punta del triángulo, llegó al punto perfecto, y a partir de ahí todo se fue derrumbando progresivamente.
Por eso, quizás lo ideal sería congelar aquella imagen en Les Deux Alpes, pues aquello fue tan maravilloso que ya nada de lo que estuviera por venir podría igualar semejante magnitud de nuevo. Pantani culminó aquel día la cima de su arte. Su vida fue como un puerto a escalar; fue subiendo progresivamente hasta llegar a la cima y, a partir de ahí, llegó el descenso.
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