Se acabó el Giro de Italia. Se acabó el mes de mayo. Se acabó el color rosa y nuestro corazón evoluciona poco a poco hacia el color amarillo. 3 semanas de emoción, nervios, adrenalina, disfrute y espectáculo. Otro Giro de Italia para el recuerdo de aquellos apasionados de este deporte.
En este Giro hemos visto paisajes increíbles en tierras holandesas e italianas. Lugares en los que uno piensa que ahí tiene que ir para perderse y encontrarse a la vez. Puertos largos, eternos en cuya cima los ciclistas pueden tocar el cielo y posteriormente, en la bajada, encontrarse en el mismísimo infierno donde los sueños se rompen a causa de las caídas.
El Colle Dell’Agnello fue uno de los protagonistas de esta edición. Los bloques de nieve a ambos lados de la carretera indicaban el camino que los ciclistas debían seguir, mientras los espectadores les transmitían todo su calor. Cuando estos desaparecieron, el descenso del puerto les esperaba. Fue ahí donde la ilusión de Kruijswijk se hizo añicos al chocar contra la nieve, que amortiguó su impacto. Fue ahí donde su regularidad se volvió inestable y todos los cimientos de la, hasta esa etapa, maglia rosa empezaron a tambalearse. Y ya nada pudo evitar su posterior derrumbe.

En esta edición contamos con toda clase de ciclistas. Ciclistas que fueron capaces de resurgir de sus propias cenizas, capaces de rehacerse a pesar de las dificultades. Ciclistas valientes, humanos o luchadores como Nibali. Ciclistas que mantuvieron una espléndida regularidad los 21 días y los cuales no perdieron en ningún momento la sonrisa, como Cháves, o ciclistas que superaron las crisis por las altas altitudes y se aferraron a un pódium que no querían dejar escapar, como el caso del murciano Alejandro Valverde.
Un Giro donde estos 3 ciclistas no fueron los únicos protagonistas. Desgraciadamente, muchos tuvieron que poner pie a tierra por los múltiples resfriados que afectaron a los corredores. Sin embargo, otros ciclistas, como es el caso de Cristian Rodríguez (Wilier-Southeast), se encontró con una enfermedad que venció gracias a la ilusión por completar su primera grande.

Pero, ¿y si Mikel Landa hubiese seguido en carrera? ¿Y si no se hubieran producido las caídas? ¿Y si se hubiese llevado a cabo unas tácticas diferentes? ¿Y si Nibali no hubiese contado con la ayuda de su compañero Scarponi? ¿Y si LottoNL-Jumbo hubiese enviado a uno de sus hombres en la fuga de la etapa 19? ¿Y si…? Demasiadas preguntas abiertas que nunca encontrarán una respuesta cierta. Demasiadas incógnitas que quedarán para el recuerdo en esta 99 edición.
Lo que sí que queda claro es la pasión con la que viven los italianos esta carrera. Niños como espectadores animando a sus ciclistas favoritos, soñando ser como ellos. Al final todos nosotros somos como ellos. Todos soñamos con vivir de cerca esa emoción en primera persona. Todos soñamos que canten nuestro nombre mientras subimos a lo más alto del pódium.
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