Si llevas viendo ciclismo desde hace algunos años, habrás comprobado cómo el nivel de “espectáculo” en muchas carreras del calendario ha ido decreciendo progresivamente. Los recorridos actuales, sobre todo los de las grandes vueltas, junto a las nuevas tecnologías aplicadas al ciclismo, han provocado un cambio cuanto menos notable en la forma de correr y considerar el ciclismo actual.
Los ciclistas son las víctimas. Enfocados al éxito, deben soportan toda la presión mediática, del equipo y del aficionado. Cada uno le pide una cosa distinta y él hace lo que puede. Bastante que lo sufre. No seré yo quien lo critique desde la comodidad y la distancia.
Cuesta valorar o apreciar el hecho de ver a los corredores ser tan precavidos o reacios a atacar y generar espectáculo. Hasta hace tan sólo 5 años esto no era así. El ciclismo ha evolucionado muy rápidamente en el último lustro, y los momentos de locura y épica se han visto reducidos a un puñado mal contado de ocasiones, estos últimos motivados siempre por la voluntad de los “ciclistas de época”, aquellos románticos que se niegan a moverse o a actuar a partir de algo que no sean sus propias sensaciones.

Poco a poco lo lograremos, estoy convencido de que, como todo en la vida, nos acabaremos acostumbrando (o al menos eso quiero creer) a los nuevos métodos. Si entendemos el ciclismo como algo que debe evolucionar, sin duda estamos en un gran momento. En el mejor momento, de hecho. Y cada vez va a ser mejor. Para los directores y aquellos que van en el coche zampando horas de carretera debe resultar genial eso de controlar y ver lo que pasa en cada momento. Que todo sea previsible para ellos debe ser una gran tranquilidad. Yo lo entiendo. Es más, a mí me pasaría exactamente lo mismo.
Pero, ¿sabes qué? Yo no estoy en el coche. Yo estoy en casa y veo el ciclismo desde el sofá, como he hecho siempre. Antes lo veía y lo disfrutaba. Ahora lo veo y me quedo de brazos cruzados cuando termina una etapa en la cual no ha pasado nada. Y nada es nada. Una etapa que bien podría haber sido de 500 metros y tendría prácticamente el mismo resultado.
Supongo que soy un romántico. Alguien privilegiado que ha disfrutado de grandes tardes de sofá, no sólo durante el mes julio, y que ahora no quiere conformarse con menos. Supongo que es normal, ¿no? ¿A quién le gusta que le dejen con el caramelo en la boca? ¿A quién le gusta que le digan que lo que tenía y tan bien le iba ahora se lo van a cambiar? Así. De golpe y porrazo. Pero… ¿de la noche a la mañana? Pues sí. Casi casi.
A nadie le gustan los cambios. Es humano rechazarlos. Yo soy el primero que lo hace. Creo que, como mínimo, tenemos derecho a la pataleta. Y a pesar de lo inevitable de muchos de ellos, creo y quiero pensar que el ciclismo se debe un poco bastante al aficionado. De hecho, es un deporte donde esta figura es esencial.
He visto momentos increíbles, momentos que no voy a olvidar, momentos que ahora debo ponerme de rodillas para ser recompensado y tan sólo poder volver a disfrutarlos a cuentagotas. De uvas a peras. Aún y así, y como he dicho, soy un romántico. Espero y espero. Algún día volverá a hacerme vibrar de nuevo. Seguro. Ése debe ser mi pensamiento. De hecho, esto sigue ocurriendo, pero cada vez con menos frecuencia y con más desespero por mi parte.

Así que, como he dicho antes, espero estar ahí para adaptarme al cambio. El ciclismo me enamoró desde las primeras tardes de verano de hace algunos años, y como en todo enamoramiento, yo también sufro mis altibajos. Pero la ceniza no se ha fundido. Lo que he sentido es demasiado fuerte y me niego a creer que haya podido desaparecer. Estaré allí y aceptaré esta nueva forma de ser, porque a pesar de todo sigue siendo ciclismo. Ciclismo en mayúsculas. Sigue siendo aquello que algún día hizo emocionarme. Estaré ahí. No abandonaré el barco ahora. Ni me parece bien, ni tampoco es mi estilo ni mi forma de ser.
A pesar de todo, me he de considerar un privilegiado por haber visto lo que he visto. Ser consciente de ello me hace ser también consciente de lo afortunado que he sido y valorar aquello que tengo ahora. No pierdo la ilusión por volver a sentir ese cosquilleo, no renunciaré a la luz de la esperanza, ni renunciaré a la posibilidad de poder volver a vivir grandes tardes de locura.
Ciclismo, gracias por haber bañado de oro mis días, por haber iluminado mi existencia desde el interior, y por haberme permitido disfrutar como un niño de toda tu pasión. Tus días de gloria volverán para dar sentido a mi recuerdo y para honrar de nuevo lo que un día llegaste a ser.
Gracias por todo.
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