El mundo de las dos ruedas vuelve a estar de luto. A la reciente despedida de Kübler hace menos de dos meses, le hemos de sumar ahora la del francés Roger Walkowiak, recordado principalmente por su triunfo general en el Tour de Francia de 1956 y, sobre todo, por la forma en la que lo logró. De ello intentaremos hablaros y ofreceros un punto de vista distinto. Vamos a ello.
-Azar: “Casualidad, caso fortuito”, “ Desgracia imprevista”, “Sin rumbo ni orden”.
-Suerte: “Circunstancia de ser, por mera casualidad, favorable o adverso a alguien o algo que ocurre o sucede”.
Éstas son dos definiciones de “copia y pega” extraídas del diccionario de la RAE. ¿Por qué las plasmamos aquí? Simplemente porque han resultado ser dos atributos demasiado recurrentes y asociados a nuestro protagonista, cuando ha tocado describir el que fue su mayor logro sobre la bicicleta. Y es que este francés de ascendencia polaca sufrió más tras ganar aquel Tour del ‘56, que lo que lo hizo durante la conquista del mismo. Así que vamos a dejar estos atributos, por el momento, en “stand by”.
Algunos aficionados, y especialmente la prensa escrita, tuvieron muy claro que aquel tímido y acomplejado hombre no era digno de formar parte del palmarés de vencedores finales de la ronda francesa.

Sin duda aquella edición de 1956 fue extraña, no sólo por su vencedor, sino también por su participación. Faltaron muchos de los dominantes de los años anteriores, y campeones como Anquetil aún no habían debutado en el gran escenario que supone la carrera gala.
Durante el transcurso de una de las primeras etapas, Roger se metió en una fuga formada por varios corredores, que llegaron a meta con casi 20 minutos de ventaja. Pero la jugada de este menudo francés llegaría al día siguiente, cuando repitió escapada con compañeros de fuga distintos, sumó otro puñado de minutos en meta y, por venir de otra renta de tiempo, se pudo colocar como líder, y encima con margen. Mucho margen. Una media hora.
Gaul y Bahamontes, entre otros, hicieron lo posible por desbancarle, le atacaron a diestro y siniestro, pero “Walko” administró su ventaja y no dejó escapar aquel amarillo. Supo sufrir lo que no está escrito. Aguantó, y no sólo los ataques de sus rivales en cada puerto, descenso, o salida de etapa, sino también los de la prensa. Toda una lucha dentro y fuera de las carreteras francesas.

Quizás sea ahora el momento de volver a hacer hincapié en las definiciones anteriores y plantearnos ciertas cuestiones. ¿Realmente se puede hablar de suerte? ¿Y de azar? ¿Su triunfo fue fruto de la mera casualidad? ¿Fue una desgracia?
¿Qué culpa tuvo él de que sus rivales dejaran pasar aquellas dos escapadas? ¿Debe ser repudiado por el exceso de confianza que sufrieron sus compañeros de pelotón? ¿A alguien más se le ocurrió la estrategia que sólo él llevó a cabo? ¿No tuvo mérito aguantar los ataques constantes de hombres claramente superiores a él en la montaña y en la contrarreloj?
Nos resulta prácticamente imposible creer que una jugada de este calibre pudiera llegar a buen puerto actualmente, máxime si tenemos en cuenta la evolución que ha tenido este deporte y el control al detalle que existe hoy día en carrera. Pero, ¿no sería bonito? ¿No sería maravilloso ver como Thomas de Gendt -un habitual de las fugas, para nada cojo en la montaña- obtiene, al término de una jornada, una renta de tiempo considerable, y se exprime al máximo ante Froome y compañía para aguantar el amarillo en los puertos más duros y míticos? ¿Le repudiaríamos por haber ganado a corredores “de mayor prestigio” como Froome, Quintana o Contador? ¿O le aplaudiríamos?
Salvando las distancias, ¿no fue maravilloso ver a Voeckler sacar su mejor versión para defender su renta de tiempo (obtenida gracias a una fuga) ante Evans, los Schleck y Contador? ¿Acaso no se aplaudió su aguante en los Pirineos o incluso en el Galibier? ¿No fue bello verle aguantar el liderato con honor hasta que reventó en las rampas y curvas de Alpe d’Huez? ¿No hizo honor a un maillot amarillo que le volvió a dar las alas que ya le habían acompañado también 7 años atrás?
Por mi parte, ojalá volviéramos a ver de nuevo cabalgadas “a lo Walkowiak”, ojalá volviéramos a ver luchar con honor por el liderato a un aspirante inesperado, y, por qué no, ojalá volviera a ganar el Tour un ciclista valiente e inteligente a partes iguales, preferiblemente por delante de otro aspirante con unas piernas superdotadas.
Es más, partiendo de la base que nuestras vidas ya son, por lo general, exageradamente rutinarias, repetitivas y previsibles, y que se nos escapan en medio suspiro, ¿a quién no le gustaría que la suya diera un giro inesperado y sorprendente? ¿Y si ese giro fuera, para más inri, algo buscado o premeditado? ¿No sería eso realmente vivir, con toda su intensidad?
¿Quién no querría experimentar, como mínimo, un momento “a lo Walkowiak” en sus vidas?
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