Esto está que arde. No sólo nos referimos a que el calor empieza a ser sofocante, sino también a la proximidad del inicio de la “Grande Boucle”, que en su 104ª edición se presenta, tras lo visto en el Critérium del Dauphiné y en menor medida en el Tour de Suiza, más igualada que nunca.
No es sencillo hablar de favoritos, ni de aspirantes, pero mucho más complicadas de prever son las anécdotas de toda índole que durante estas tres semanas pueden llegar a suceder.
De una teórica línea de aspirantes al triunfo final, se pueden sumar a la fiesta aquellos corredores que, pese a que partieron como teóricos gregarios de lujo, en una segunda o tercera línea de favoritos, se destapan ante la debilidad de sus líderes como serios e inesperados candidatos a la victoria.
Lo hemos visto infinidad de veces, y lo seguiremos viendo. Induráin con Perico, Froome con Wiggins, Landa con Aru…, etc.
En 1934, el Tour era joven e inexperto. Pocas circunstancias de este tipo había presenciado, en un momento en el que la carrera cumplía ediciones año tras año, antesala de los conflictos internacionales que culminarían con la 2ª Guerra Mundial y que interrumpirían la ronda francesa durante algunas ediciones.
La carrera por excelencia del calendario internacional se disputaba aún por selecciones nacionales y no por marcas comerciales, que tardarían unos años en entrar a invertir en este deporte. Era una carrera prácticamente virgen de publicidad.
La selección francesa dominó la carrera de inicio a fin. Su líder, Antonin Magne, era claramente indiscutible por haber ganado el Tour tres años antes y estar en la cúspide de su carrera deportiva. El único que le podría haber hecho sombra era el bicampeón André Leducq, ausente en aquella edición.
Al veterano parisino Georges Speicher, campeón del mundo y ganador de la edición anterior, aún le sobraban fuerzas para coronarse en triunfos parciales y para firmar autógrafos a las mujeres sin bajarse de la bicicleta (Sagan, espabila), pero no para luchar por la victoria final.
Antonin, de hecho, al menos inicialmente, no ofreció dudas, pues tras la segunda etapa ya vestía de amarillo.

A la llegada de los Alpes, un jovencísimo ciclista galo de 20 años sorprendió a su público. Éste era René Vietto, profesional desde los 17 y de quien había sido cuestionada su presencia en la selección, debido a su corta edad e inexperiencia, pues en su palmarés tan sólo se vislumbraban triunfos de segunda categoría en Provenza.
Las dudas se incrementaron tras perder más de 10 minutos en las primeras jornadas de la ronda gala.
Pero en los Alpes, se llevó dos triunfos de etapa, uno de ellos incluyendo el paso por el imponente Galibier, el lugar de las mejores gestas ciclistas.
Hasta el momento, las alarmas no saltaban, pues a pesar de las exhibiciones del joven francesito normando, Magne retenía el amarillo sin demasiados apuros. Eso sí, Vietto se había aupado ya hasta el tercer puesto en la clasificación general.
El máximo rival del líder seguía siendo el italiano Giuseppe Martano, quien ya había logrado subirse al podio final en la edición anterior. Todo un anticipo de Gino Bartali.
Cuando llegó el bloque pirenaico, Vietto no se desfondó, y en la etapa con llegada a Aix les Thermes impuso un fuerte y constante ritmo que empezó a descolgar a todos los rivales de su líder Magne. A todos, menos a Martano.
Vietto se marchó escapado en busca de un nuevo triunfo de etapa, dejando atrás la pelea de gallos entre Magne y Martano.

Durante uno de los descensos de la jornada, Magne cayó, destrozando una de sus ruedas, y viendo cómo se le escapaba su máximo rival.
Cuando las noticias llegaron a René, éste se vio obligado a, no sólo parar, sino a literalmente volver atrás para socorrer a su líder, a quien le cedió la rueda delantera de su bicicleta. Aquel día, René cedió más de 5 minutos en meta.
Pero aquello no fue todo. Al día siguiente, más de lo mismo. Vietto marchaba por delante en el Col del Portet d’Aspet, cuando supo que Magne había vuelto a reventar una de sus ruedas, en este caso la delantera.
Vietto tuvo que sentarse a esperar, viéndose sacrificado y cediendo de nuevo su rueda, sin poder contener el derrame de lágrimas que caían sobre la cuneta, la llegada del coche de equipo con otra rueda para él, en una imagen para la historia de las desventuras y crueldades del Tour de Francia.

Aquellas lágrimas reflejaban el alma de un ciclista que veía cómo se difuminaban sus opciones de llevarse aquella etapa y, muy posiblemente, aquel Tour de Francia. Pese a ello, el público francés ya se había enamorado de su nueva promesa, conscientes de la miseria que podía llegar a sufrir un gregario durante aquellos tiempos. Era el ojito derecho de toda Francia.
Tras aquel doble varapalo, Vietto se llevó la etapa pirenaica que travesaba el Tourmalet y el Aubisque y, pese a todas las dificultades vividas aquel año, logró ser quinto en la clasificación general final en París, sumando cuatro triunfos parciales y siendo el mejor escalador de aquella edición.
Por su parte, Magne se llevó su segundo Tour por delante de Martano. Un triunfo con sabor normando, pues tanto él como René sabían quién había sido realmente el más fuerte de la carrera.
Aquello fue el inicio de una historia de amor y odio a partes iguales entre Vietto y el Tour, ya que nunca volvería a presentarse para él otra ocasión igual para ganarlo.
La llegada de la segunda guerra mundial cortó su carrera en el momento cúspide. Además, en 1947, Jean Robic montó un buen soborno para ser él el vencedor sorpresa de aquel año.
Aunque lo tuvo en sus piernas, Vietto vistió de amarillo durante 26 días en el total de su carrera sin llegar nunca a ganar el Tour, todo un récord sin precedentes hasta el registro de 27 días sin triunfo final por parte de Cancellara en el nuevo siglo.
Tras su retirada, Vietto siguió vinculado al mundo de las ruedas, pues ejerció de director deportivo.

Por su parte, a Magne se le giró la suerte tras su retirada, pues años después se convirtió en el mayor maestro de Raymond Poulidor, con quién, a pesar de muchos esfuerzos, nunca logró ganar el Tour.
El Tour es una bellísima carrera, es el punto culminante de cada verano y de cada año. Se trata de una celebración sin igual pero, tomando perspectiva, siempre ha tenido sus momentos de penas e injusticias.
René Vietto no ha sido el único en vivirlas, ni los que las sufran ahora serán los últimos en hacerlo, pero también es cierto que la leyenda del Tour se agranda gracias a que estas circunstancias se produzcan y, a través de los años, se puedan transmitir, contar y también recordar.
En los Froome, Contador, Quintana, Aru, Porte, Bardet y compañía bien pueden estar reflejados los paralelismos entre Vietto, Magne, Martano o el mismo Speicher, salvando las distancias y las épocas.
Las diferencias no son tantas. Aunque no lo parezca, ellos veían también el mundo en colores, y no en blanco y negro como nosotros les vemos a ellos a través del tiempo.
Disfrutemos de nuestra época y sí, seamos nostálgicos, pero en su justa medida. Que nos sirva para valorar el presente y también lo que tenemos. Nuestro tiempo actual es perfecto, ideal e inmejorable. Es cojonudo y es un privilegio poder vivir las hazañas de nuestro momento y algún día, quién sabe cuándo, poder transmitirlas como a nosotros nos han transmitido las que hoy nos llegan, que a su vez nos traspasan la obligación de recordarlas, mantenerlas, y seguir transmitiéndolas.
De todas las épocas y clases, pasando por todas las aventuras e incluso, como hemos dicho, por todas las desventuras, sintámonos afortunados y saquemos lo mejor de cada una de ellas.
¡Viva el ciclismo, y viva el Tour!
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