Enfocados ya hacia el desenlace de esta Vuelta a España, nos encontramos ante un corredor dominador, que parece tenerlo todo de cara, a quién la carrera le sonríe y además parece estar en estado de gracia, pues ni en el mismo Tour se le vio como se le está viendo por aquí.
Ahora bien, aún en los tiempos actuales, ya sabemos que a un jersey rojo, por muy líder que sea, no se le puede proclamar vencedor hasta que haya superado la última cota y la última línea de meta por calles madrileñas.
Y es que, de aquello que llamamos hazañas, se han producido muchas, algunas consideradas grandes gestas, y no sólo en el Giro o en el Tour, sino también en la Vuelta, y de la mano también de nombres bien conocidos entre el aficionado ciclista.
En 1983, a pesar de no contar con el factor caluroso, (la carrera se celebraba entre Abril y Mayo) la Vuelta seguía teniendo una seña de identidad que se ha mantenido aún con el paso de las épocas.
Nos remontaremos hasta aquella edición para rememorar el vuelco que dio la clasificación general en la última semana de carrera, como aviso para aquellos que crean que la edición de 2017 está ya vista para sentencia.
Aquel año, la participación de Bernard Hinault tenía en estado de alerta a los ciclistas españoles. Siendo ya una leyenda en activo y sabiendo también lo que era ganar en la ronda española, era sin lugar a dudas el gran favorito al triunfo final. A pesar de ello, en 1983 el galo se mostró gris y discreto durante el transcurso de las dos primeras semanas de competición.
Durante aquellos días, la carrera disfrutó de un sabor completamente español, y es que el liderato fue pasando por los hombros de corredores como Marino Lejarreta, Alberto Fernández, Álvaro Pino o Julián Gorospe.

Sin embargo, a la llegada de la jornada 17, disputada entre Salamanca y Ávila, Hinault despertó. Demostró que lo iba a dar todo por vencer. Estando a más de un minuto de Gorospe, el hasta entonces líder, todo era aún posible.
Julián Gorospe, un joven ciclista vasco del Reynolds, era, dicho por él mismo, un corredor que rendía bien en las carreras menos calurosas y de inicio de temporada y, La Vuelta, celebrada en periodo primaveral, lo era. Aunque sus buenos resultados se habían producido en carreras de no más de una semana de duración, se encontró, a pocos días de terminar la edición de 1983, ante la oportunidad única de llevarse una gran vuelta y consolidarse como líder de su equipo en las carreras de tres semanas.
Aquella etapa 17 contaba con un perfil de gran dureza, pasando por cuatro puertos, dos de ellos de primera categoría, lo cual era una clara llamada al espectáculo. Nada más comenzar, el equipo Renault, de la mano de un joven y pletórico Fignon, endureció la carrera desde la salida. El desgaste estaba siendo tremendo, y la carrera acabó rompiéndose cuando Hinault decidió tomar las riendas de la misma en primera persona.

Ante el empuje de “El Tejón”, la mayor parte de sus rivales fueron abriéndose poco a poco, incapaces de sumarse a aquella “revolución francesa”. Finalmente, en el puerto de Serranillos, de primera categoría y última ascensión de la jornada, sólo le pudieron seguir un gran Lejarreta y Vicente Belda, (imagen de encabezado) quien venía reenganchado de la fuga del día. El líder, Julián Gorospe, reventó y perdió la Vuelta en aquellas duras rampas. Hinault iba como un tiro.
Aquel día, al líder no le iban ni las piernas ni la cabeza, ya que no podía ni seguir la rueda de sus gregarios en el llano o en los descensos. Lo intentó por activa y por pasiva, pero no hubo manera. Ni los gritos de ánimo de los aficionados, ni el apoyo incondicional de sus compañeros de equipo sirvieron para revertir aquella situación. Estuvo cerca de abandonar. En meta se dejó más de 20 minutos y cualquier posibilidad de subirse al podio final en Madrid.

Pedro Delgado, compañero de Gorospe en el Reynolds durante aquella Vuelta, lo explicaba así:
“Mi compañero Julián Gorospe… no podía. Laguía y yo nos quedamos con él tratando de acercarle a la meta, pero… al final él quería abandonar, aunque conseguimos convencerle de lo contrario. La verdad es que Bernard Hinault… Me comentaron luego Marino Lejarreta y Vicente Belda (fugados junto a Hinault aquel día), al terminar la etapa, que Bernard iba como una moto. Que bastante trabajo tuvieron con seguirle la rueda”.
El drama de Gorospe fue también el drama de todos los aficionados españoles, que vivieron todo aquello un poco más de cerca que de costumbre, pues la edición de 1983 fue la primera vez que Televisión Española retransmitió en directo la gran ronda de casa.
A la llegada al velódromo de Ávila, donde finalizaba aquella etapa, Belda y Lejarreta trataron de arrebatarle la etapa al del Renault. No tuvieron éxito. Hinault ganó en un día grande, sabiéndose además nuevo líder de la carrera y culminando una apoteósica gesta que ligaría para siempre Serranillos y tierras abulenses con su nombre.
“Una gran parte está hecha, pero hasta llegar a Madrid no se ha ganado nada” -declaró el francés, mostrándose más que satisfecho al término de la etapa.
Habiéndose alejado de sus rivales directos, ya prácticamente todos le proclamaron campeón aquel día. Y no les faltaba razón, ya que las dos etapas que restaban para concluir aquella trepidante carrera iban a ser un puro trámite para el nuevo y definitivo líder.
¿Qué recuerdo nos quedaría de aquella Vuelta de no haber sido por la tozudería de Hinault? Seguramente un gran recuerdo, el del cariño que despierta y provoca cada edición de la carrera española, sumando además en el palmarés de Gorospe o incluso en el de Lejarreta un gran triunfo más que hubiera revalorizado en gran medida sus carreras profesionales.
Eso sí, lo que realmente engrandece una competición ciclista son las grandes hazañas que sus protagonistas provocan, ya sea por profesionalidad, por remontar una situación adversa de la propia carrera, o simplemente por espectáculo y amor por las dos ruedas.
Y esos días son los que quedan para siempre en el recuerdo, tienen la capacidad para congelarse y permanecer muy vivos en nuestras memorias y provocarnos múltiples sentimientos; en ocasiones alegría, otras nostalgia y, lo que es más importante, una intensa y emocionante sensación de felicidad y fortuna por haber coincidido en el momento justo para vivirlos, ya sea en directo como desde la distancia.
En manos de los participantes en 2017 y en años venideros queda, junto a la ayuda de recorridos propicios, el poder, la capacidad y la voluntad de forjar sus leyendas y seguir recopilando en nuestras retinas etapas, momentos, remontadas y escenarios únicos, memorables e irrepetibles.
Serranillos, la remontada de Perico para llevarse su primera gran vuelta, las locuras de “El Tarangu”, Fuente Dé, Cercedilla, Formigal…
¿Cómo olvidarlas? ¿Cuál será la próxima?
Por si acaso, sólo por si acaso, que a nadie se le ocurra perderse ni una. Nunca se sabe.
Viva La Vuelta.

Deja una respuesta