Joder, Alberto. Joder. Quedan algo más de dos semanas para que acabe la Vuelta a España, tu última carrera, y yo estoy escribiendo estas líneas horas después de haber enterrado a mi abuelo. No tenía la más mínima intención de ponerme a escribir, ni de ver el resumen de la etapa de hoy, ni de hacer nada en absoluto durante varios días. Pero, tras una jornada especialmente amarga he llegado a mi casa, he encendido la radio y he escuchado que habías puesto, por tercer día consecutivo, la carrera patas arriba. Y este ha sido, sin duda alguna, el único momento del día donde me he sentido consolado y algo animado.
Contigo, al igual que con mi abuelo, se va una parte de mi infancia, de mi vida. No es, ni de lejos, comparable un caso con el otro pero quiero que entiendas una cosa. He crecido contigo. Con tus ataques. Con tus pistolas. Con tus gritos. Con tus caídas. Con tu imperial victoria en Verbier. Con tu escapada en Fuente Dé. Con tu remontada en el Mortirolo. Para mí, Alberto, no eres un ciclista. Eres mucho, muchísimo más. Un referente. Un ejemplo a seguir. Durante todos estos años, tú y tu bicicleta me habéis acompañado en cada día de mi vida. No escribo esto para enumerar tus victorias ni para resumir tu carrera deportiva. Ya habrá tiempo para hacerlo. Quedan aún muchas etapas para que acabe la Vuelta a España y me da exactamente igual lo que vaya a suceder.
Me da igual que ganes, que quedes segundo o último. No tienes nada que demostrar desde hace años. Absolutamente nada. Sólo te quiero dar las gracias, Alberto. Gracias por todo. Con tu ciclismo y tu manera de entender la vida me has ayudado a superar algunos momentos extremadamente difíciles y amargos a lo largo de la última década. Estaré en deuda contigo eternamente. Como siempre dices, querer es poder. Y así ha sido, Alberto. Querer fue poder durante todos estos años y, si afrontamos la vida con la misma actitud con la que lo haces tú, querer siempre será poder. Gracias.