Idolatrar a los más fuertes siempre ha formado parte del carácter del género humano. Intenta reflejarse con los mejores del mundo y compararse con ellos es muchas veces inevitable y sea cuál sea la disciplina o el ámbito de la vida en el que lo hagamos nunca está mal hacerlo, siempre que sea para mejorar y no para caer en obsesiones o en falss ilusiones, que a cierta edad y en ciertas circunstancias, dicho sea de paso, son realmente peligrosas.
A nadie se le escapa que ser ciclista profesional no es fácil y que el camino hacia el deseado profesionalismo es largo, duro y costoso. Pero de lo que muchas veces nos olvidamos (especialmente los padres) es de que no todo el mundo vale para ser profesional y que a los valores de esfuerzo, constancia y perseverancia indudables debemos sumarles ciertas capacidades físicas y mentales que no todos los niños y ciclistas tienen.
Con todo ello, ¿qué pretendo decir? ¿A dónde quiero llegar?
Pretendo mandar un mensaje. Una carta de alerta a todos aquellos padres que piensan y se empeñan en creer que tienen en casa al relevo de Alberto Contador o que tienen al nuevo Peter Sagan.
Cracks en el deporte hay pocos, y de súper clases tocados por la barita mágica hay todavía menos, de forma que por simple probabilidad matemática, difícilmente tu hijo está entre estos elegidos.
Asumir este punto puede parecer fácil, pero os aseguro, y os hablo por propia experiencia, no mía sino de mi entorno deportivo, tanto del mundo del fútbol como del ciclismo, que para muchas familias no lo es.
Asumir que tu hijo no es el mejor o que nunca podrá llegar dónde tú intentaste llegar debe ser duro. La solución debería empezar por asumir que tu hijo no es “tuyo” y que no trajiste a tu hijo a este mundo para ser lo que tú una vez intentase pero nunca conseguiste ser.
El que deportivamente fracasó en su día muy probablemente fuiste tú, y no él por no alcanzar unos sueños que le impusiste y que nunca llegaron a ser suyos.
Olvídate de convertir tu casa en un centro de alto rendimiento deportivo y deja y permite que tus hijos vivan sus propias experiencias al mismo tiempo que tropiezan con sus propias piedras y no con las que tú le vas dejando en su camino.
Tú ya tuviste tú oportunidad. Deja que él tenga la suya y tanto si le gusta el ciclismo, el fútbol como jugar a dardos deja que solamente él decida su camino.
Acompáñalo, anímalo y ante todo, respétalo en sus decisiones, sin dejar por supuesto de transmitirle unos valores de sacrificio y perseverancia que solo una persona con tu experiencia vital y con tu figura paternal será capaz de transmitirle. Aprovecha y ten claro que es la única forma de que disfrute, de que aprenda y de que sobre todo hacer deporte le haga ser feliz.
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