La euforia desborda en las cabezas, en muchas ocasiones opacas, de los periodistas deportivos de España. Marc Soler, tras llevarse la Paris-Nice con una remontada digna de enmarcar en la última etapa, ha comenzado a acaparar titulares en todos los medios del país en los que ya le catalogan como el nuevo Indurain o el relevo de Contador. Oigan, como que no.
Que no. Que Marc Soler es Marc Soler. Y punto. Indurain fue irrepetible, como lo es Contador. Y como lo será Valverde. Hace algo más de dos siglos, el escritor irlandés Edmund Burke, padre del liberalismo británico y acérrimo enemigo de la Revolución Francesa (por algo sería), escribió en sus reflexiones sobre la revolución (que no guerra) más sangrienta de la historia de la humanidad la frase que da título a este artículo. Más razón que un santo; el futuro será lo que tenga que ser.
El mayor de los errores que podemos cometer es señalar al ciclista catalán como el «nuevo Indurain». ¿Cuántos deportistas han quedado a medio camino, o simplemente han desaparecido, cuando la presión les ha superado y ha podido con ellos? Docenas y docenas. Atribuirle a Soler, a sus 24 años y con dos triunfos en su palmarés, la responsabilidad de ser el relevo de un pentacampeón del Tour de Francia (que es lo que se hace indirectamente con titulares como estos) es simple y llanamente una locura. Pero, caray, es que encima es innecesaria. Reserven el titular para cuando gane, ojalá algún día y a no mucho tardar, el Tour, La Vuelta o el Giro. Pero dejen que Marc Soler labre su propio camino en el ciclismo. No quieran conducirle por un sendero que ya se ha recorrido en el pasado. Dejen que escoja el suyo.
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