El término “ex-aequo”, traducido del latín como “por igual”, se utiliza en el mundo de la competición para indicar que dos o más participantes han quedado oficialmente clasificados en el mismo resultado y, por tanto, han recibido también igual premio.
Hablando de ciclismo, ésta es una circunstancia difícil (por no decir imposible) de producirse actualmente debido a la buena organización de las carreras y su señalización, así como unos mecanismos tecnológicos prácticamente perfectos que ayudan a resolver dudas cuando la simple llegada entre varios corredores no nos deja claro de buenas a primeras quién ha sido el primero de ellos en haber cruzado la meta.
En algunas ocasiones, ya quisiéramos que no fuera todo tan perfecto y tan preciso, como cuando en el pasado Tour de Francia, el alemán Marcel Kittel batió por ¿milímetros? al noruego Boasson Hagen en una de las llegadas masivas de la ronda francesa. Ni siquiera la sagrada “photo-finish” nos dejaba realmente claro en un primer momento quién se había impuesto. Fue tan ínfima la diferencia -que ahí estaba, claro- que muchos deseamos que ambos ciclistas se hubieran aupado juntos al podio para recibir el premio como vencedores de la jornada.
Tiempo atrás, no hace falta aclarar que las cosas no eran como ahora estamos acostumbrados (¡suerte que la cosa evoluciona!). El 17 de Abril de 1949, durante la disputa de la París-Roubaix, dos escapados llegaron con amplia ventaja al velódromo de Roubaix, donde finaliza la prueba, dispuestos a disputarse el triunfo en la carrera que culmina la temporada de las clásicas de los pedruscos, los adoquines, el polvo y, en ocasiones, también del barro. Ellos eran André Mahé y Frans Leenen.

Mahé se impuso en meta y, como es habitual, dio la vuelta de honor al velódromo como vencedor de la prueba. A la llegada del pelotón, Serse Coppi -hermano menor de Fausto- se impuso ante André Declerck en aquel sprint que “a priori” debía servir únicamente para acabar de asignar las plazas de honor. Los teóricos favoritos, Fausto Coppi y Rik Van Steenbergen (defensor del título), no tuvieron el protagonismo esperado. Al primero apenas se le vio asomar cabeza, y el segundo abandonó la prueba fruto de una caída, al igual que el suizo Ferdi Kübler.
La polémica se desató enseguida, ya que Mahé y Leenen habían accedido al velódromo por la entrada equivocada, la que da acceso a los medios de comunicación. Los italianos no tardaron en violentarse al enterarse de lo ocurrido y, animado Serse por su hermano Fausto, decidió reclamar rápidamente ante los jueces, cuando Mahé ya había sido proclamado campeón. Desde luego, si los dos escapados se habían equivocado había sido por una mala gestión de la organización y, para más inri, terminaron recorriendo en total varios metros más que el resto de corredores, pero “oficialmente” no habían cumplido con el recorrido marcado, según los italianos.
Ante esto, el jurado corrigió y retiró el triunfo del francés Mahé para asignárselo al menor de los hermanos Coppi, que era quien, tras haberse impuesto en la “volata” del pelotón principal, debía considerarse como el primer ciclista en cruzar la meta habiendo respetado totalmente el trazado diseñado. Aquel suceso resultaba, obviamente, tan polémico que rápidamente se abrió una guerra entre las federaciones francesas e italianas. Los primeros no daban crédito ante la decisión tomaba por los jueces, así que continuaron proclamando como vencedor a Mahé. Por su parte, los italianos protestaron y el asunto quedó en “stand-by”.
No fue hasta pasados varios meses que la UCI (Unión Ciclista Internacional), durante un congreso celebrado en Zúrich, decidió dejar a ambas partes satisfechas y otorgó aquel triunfo oficial de la París-Roubaix de 1949 “ex-aequo”, es decir, compartido entre Mahé y Serse Coppi. Parece ser que Fausto amenazó con no volver a participar en la carrera si todo aquel enredo no se resolvía en favor de su hermano. Y menos mal que no tuvo que cumplir con lo dicho, ya que en la edición posterior se llevó la carrera tras una memorable exhibición. A día de hoy, la de 1949 sigue siendo la única edición del “Infierno del Norte” que cuenta con dos vencedores a nivel oficial. Para Serse, un premio seguro que inesperado cuando llegó a meta encabezando el pelotón.

A menudo anhelamos el romanticismo y la autenticidad del ciclismo de entonces, es como si aquel conjunto de lógicas imperfecciones fuera la llave perfecta para que se desencadenen sucesos estrambóticos, aventuras y desventuras que, con el paso de los años, parecen ganar valor y obtienen un aroma mítico, que dentro de lo anecdótico apetece contar y acaba cautivando a casi todos.
Es parte del encanto que tiene, aunque bien es cierto que ir en contra de la evolución del ciclismo es ir también en contra de las propias leyes de la evolución, de la lógica y del propio desarrollo humano. Diría que, al fin y al cabo, es lo que tiene que suceder y es lo lógico teniendo en cuenta la historia evolutiva de esta especie. Cada periodo tiene su momento y vale más no anclarse y disfrutar de lo que vaya viniendo cuando toca. Como hemos dicho, menos mal que hoy estamos donde estamos y, en principio, sucesos como el que hoy relatamos no deberían repetirse, aunque de su existencia nos valemos para relatar sucesos históricos en este espacio.
Quedan pocos días para una nueva edición de la París-Roubaix, la clásica de las clásicas, la culminación de una temporada de piedras fantástica. El fin de todas las cosas. Ojalá todo marche bien, como toca, sin tener que lamentar ningún infortunio.
Visto lo visto hasta ahora, no somos pocos los que ya querríamos que más de uno saliera premiado al mismo tiempo, como en su día en el relato contado de hace casi 70 años, ahora reflejando la entrega de Gilbert hacia sus compañeros durante estas semanas, o la del propio Stybar, o el premio para el revelación Pedersen.
En definitiva, y como se ha mencionado en infinidad de ocasiones, correr Roubaix y llegar al velódromo cuando las puertas aún siguen abiertas ya entrega de forma definitiva la llave hacia la gloria eterna y eleva al ciclista en cuestión a la categoría de héroe. Ante todo esto, ya solo podemos pedir espectáculo, ganas, valentía, ambición y pasión.
Desde aquí estamos convencidos de que dispondremos de la totalidad de esta lista de ingredientes y que nuestros protagonistas no nos van a defraudar. Ya no queda nada para la ansiada cita con la eternidad. Dicho lo cual, aquí ya lo que sobran son las palabras.

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