Imagínense por un momento que necesitan, casi por obligación, ganar la Paris-Roubaix. Imaginen también que llevan tres años vistiendo consecutivamente el maillot arcoíris y que, desde entonces, tiene al resto del pelotón pendiente de su rueda. Imaginen, en definitiva, que ayer, justo antes de dar comienzo la Roubaix, eran Peter Sagan.
El buen humor que acompaña siempre al estrambótico campeón del mundo disimulaba ligeramente la presión que había sobre él. Una semana antes, en el Tour de Flandes, Sagan renunció a la victoria cuando se dio cuenta de que la responsabilidad de cazar a Niki Terpstra recaía exclusivamente en él. Ahora no podía fallar. Tras quedarse lejos de la victoria en los dos Monumentos previos de la temporada, un fracaso más en la Paris-Roubaix hubiera sido fatal para Sagan.

Sagan salió concentrado como nunca antes le habíamos visto en esta carrera. Rodó entre los 10 primeros corredores del pelotón desde el primer tramo adoquinado. No se puso nervioso ante los ataques lejanos de Philippe Gilbert y Zdenek Stybar, que gastaron sus balas demasiado pronto. Bien escoltado por Daniel Oss, Marcus Burghardt y su fiel hermano Juraj, Sagan no tuvo que dar la cara hasta que, a 54 kilómetros en un tramo de asfalto, decidió que esta Roubaix iba a estar en su palmarés. Aprovechó un momento de indecisión precedido por un ataque de Van Avermaet para abrirse a la derecha y atacar. Increíblemente, nadie salió a por él. Sagan tiró para delante, se metió en un tramo de pavés, y se fue directo hacia Roubaix. A lo grande.
Era una delicia ver a Sagan. El campeón del mundo, rodando en solitario por el pavés de la Paris-Roubaix en pos de una victoria tan soñada como necesitada. El sueño de organizadores y aficionados. Capturó con rapidez a lo que quedaba de la escapada y, por fin, se puso a tirar sin mirar atrás.

Por detrás, tras un breve ataque de Wout Van Aert y Jasper Stuvyen, Niki Terpstra salió a por Sagan. El campeón holandés, fortísimo, habría sido el único que podría haber aguantado la rueda del eslovaco, pero reaccionó tarde. De los escapados, sólo un magnífico Silvan Dillier, que lleva escapado durante 200 kilómetros, pudo aguantar la rueda de Sagan. Además, cuando vio que si colaboraba tenía el podio asegurado, el suizo comenzó a dar relevos en los tramos de asfalto, que en el pavés bastante tenía con aguantar la tortura a la que le sometía Sagan. La diferencia con el grupo de Terpstra se solidificó entorno a los 40 segundos. La Roubaix, salvo incidente mecánico, estaba vista para sentencia.
Sagan dejó que Dillier entrara primero en el velódromo André-Pétrieux. El campeón suizo sabía que estaba yendo directo al matadero, pero no tenía otra opción. Miraba para atrás constantemente tratando de anticiparse a la aceleración de su rival, pero no tuvo nada que hacer cuando le pasó a falta de 200 metros. Sagan celebró con rabia la que es ya su mejor victoria en el ciclismo. Dillier, que no se había imaginado esto ni en sus mejores sueños, fue el primero de los mortales. Un minuto después cruzó en solitario la línea de meta Niki Terpstra, que había soltado a Van Avermaet, Stuvyen y Vanmarcke en los últimos kilómetros. Tersptra salvó con su podio al Quick-Step, que no pudo plantear peor la Roubaix. Parece mentira, con la temporada que llevaban.

En la Milán-San Remo no dio la cara y perdió. En el Tour de Flandes se cabreó con el mundo y dejó que se le fuera la carrera. Sin embargo, ayer en la Paris-Roubaix, Sagan se olvidó de sus rivales, hizo su carrera y atacó. Y ganó. Cuando corre así es prácticamente imbatible. Puede llegar un Kwiatkowski de la vida y birlarle la victoria, pero lo normal será que gane. Porque, simple y llanamente, es el mejor. Sagan ha ganado su segundo Monumento (¡por fin!) tras una primavera en la que sus palabras en las ruedas de prensa tenían más repercusión que sus actuaciones en la carretera. Ayer, durante 54 kilómetros que ya forman parte de la historia del ciclismo, Sagan demostró al mundo que es el mejor pero, sobre todo, se demostró así mismo cuál es el camino a seguir. Espero que haya aprendido la lección.
Pese a que ayer fue un día fantástico de ciclismo, nos fuimos a dormir con la peor noticia posible: a eso de las 11 de la noche, el Vérandas Willems-Crelan comunicó que Michael Goolaerts, ciclista de 22 años, había fallecido. El joven ciclista belga sufrió un paro cardiaco en plena carrera. Los servicios médicos trataron de reanimarlo, y su estado permaneció en secreto hasta que el equipo comunicó su fallecimiento. Terrorífico. Descanse en paz.
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