La décima etapa del Giro de Italia ha sido, de largo, la mejor de la carrera hasta el momento. No ha habido ni un sólo kilómetro aburrido en los 244 que tenía la jornada, disputada por un terreno quebrado entre las localidades de Penne y Gualdo Tadino. Los días de descanso suelen deparar sorpresas y, en esta ocasión, la víctima ha sido Esteban Chaves, que marchaba segundo en la general y ha acabado perdiendo una minutada en línea de meta.
Los ciclistas tenían la parte más dura de la etapa en la primera hora de carrera, con un puerto de primera categoría, Fonte della Creta, que se coronaba en el kilómetro 21. En la primera parte de la ascensión, Esteban Chaves se ha descolgado. El ganador en el Etna no pudo seguir el ritmo del pelotón, bastante alto durante la ascensión mientras se formaba una fuga numerosa que no llegaría muy lejos. Tras coronar, empezó una preciosa persecución de 100 kilómetros entre el pelotón y el grupo de Chaves. El Mitchelton-SCOTT pudo minimizar las pérdidas gracias al trabajo de Roman Kreuziger y Juul Jensen, que se quedaron con el colombiano. Después, el Quick-Step, que llevaba a Elia Viviani en ese grupo, se unió a la persecución y llegaron a estar a un minuto del pelotón. Sin embargo, por delante volvieron a apretar, el Quick-Step se apartó y, a falta de unos 70 kilómetros para el final, el Giro de Italia se acabó para Chaves. En lo que a la clasificación general respecta, claro.

Los últimos 70 kilómetros de la etapa fueron poesía ciclista. Primero, Simon Yates y Thibaut Pinot se dieron caña para bonificar en un esprint intermedio. Pese al trabajo de su equipo, el francés se vio superado con claridad por el británico, que sigue estando un punto por encima del resto. Inmediatamente después del esprint bonificado, atacó un hábil Marco Frapporti, que recorrió en solitario muchos kilómetros de la etapa y, por lo tanto, le dio un valiosísimo tiempo de publicidad al Androni. A 30 kilómetros para el final fue capturado por Matej Mohoric y Davide Villella, momento en el que empezó la exhibición del esloveno. Empezó a llover con más intensidad y, con la carretera mojada, en un terreno plagado de bajadas y falsos llanos, Mohoric se vino arriba. Empezó a tirar como un poseso y Villella, tras una resistencia nada despreciable, acabó cediendo. Sin embargo, Nico Denz, que llegó por detrás, si que fue capaz de aguantar la rueda de Mohoric. Y de ahí, hasta meta. El corredor del AG2R dejó en el del Bahrein-Merida toda la responsabilidad en los kilómetros finales pero ni aún así pudo superarle en el esprint. Eso sí, le hizo sufrir. Aguantó todo lo que pudo pero Denz tuvo que hincar el diente ante un soberbio Mohoric, que ha añadido una etapa preciosa a un palmarés que va a empezar a engordar a no mucho tardar. Sam Bennett, que aguantó en el pelotón pese a las múltiples subidas de la jornada, hizo tercero, reavivando de esta manera la clasificación de la regularidad. Ningún favorito, salvo Chaves, se dejó tiempo en meta. Tom Dumoulin, que tuvo una caída sin importancia en la parte final de la etapa (y nadie se puso a tirar, parece que a Yates, Froome, Pinot y compañía les sobra tiempo con el holandés), es ahora segundo en la general, a 41 segundos de Yates. Pinot, tercero a 46.

El ciclismo es, ante todo, un deporte de resistencia. La dureza, por muchos puertos que metas en un día, la otorgan los kilómetros. No son pocos los ciclistas que piden etapas cortas, argumentando que se vive un espectáculo mucho mayor que en días de 200 kilómetros donde no sucede nada. Y sí, es cierto que recientemente hemos vivido etapas cortísimas muy emocionantes como, por ejemplo, en el Tour en 2011 en el Alpe d’Huez o el año pasado en Foix, o en La Vuelta en Formigal en 2016. Decir lo contrario sería mentir. Sin embargo, les planteo las siguientes preguntas: ¿Se imaginan partidos de fútbol que durasen cuarenta minutos? ¿O carreras de Formula 1 de veinte vueltas? ¿O partidos de tenis que se jugasen a un set? Pues esto es lo que sucede en el ciclismo cuando las grandes vueltas meten etapas de, por ejemplo, 65 kilómetros, como sucederá en el próximo Tour.
Obviamente, no puedes meter etapas de 220 kilómetros todos los días. Porque te cargas a los corredores, básicamente. Sin embargo, es fácil alternar etapas relativamente cortas, donde los ciclistas pueden coger aire, con jornadas largas en la montaña o en un terreno, como el de hoy en el Giro, de media montaña, donde normalmente se vive más espectáculo que en cualquier otro tipo de etapa. La etapa de Fuente Dé, en La Vuelta 2012, tuvo 177 kilómetros. La del Galibier del Tour 2011, 189. La del Mortirolo en el Giro 2015, 165. Afirmar que sólo se ven etapas espectaculares en jornadas cortas es una mentira como un piano.
El ciclismo está escrito. No hay que volverse locos con etapas con kilometrajes de juveniles, con recorridos sin contrarreloj y con finales en muros un día sí y al siguiente también. A nada que se plantee un recorrido equilibrado, las organizaciones tendrán el espectáculo y la emoción que tanto persiguen.