La tercera semana del Giro de Italia 2018 ha sido la contestación perfecta para todos los que reclaman grandes vueltas de dos semanas, etapas más cortas y demás cambios que destrozarían la esencia y las leyes más elementales y básicas del ciclismo. El Giro comenzó mal, con unas jornadas desalentadoras en Israel, se entonó en la ascensión al Etna, mejoró bajo la lluvia durante la segunda semana y acabó por todo lo alto en los alpes italianos, con una exhibición de Chris Froome que ya forma parte de la historia de este majestuoso deporte que es el ciclismo.
Tras su victoria, la tercera, en Sappada, y su holgada resistencia en la contrarreloj ante los mejores especialistas del mundo, parecía que arrebatar la maglia rosa a Simon Yates (ha acabado a una hora y quince minutos de Froome) en las tres últimas etapas de montaña iba a ser misión imposible. Yates resistió notablemente en la crono, dejándose 1:37 con Rohan Dennis, ganador de la etapa, y 1:19 con un Tom Dumoulin que no estuvo todo lo fino que cabía esperar. Tony Martin, al que no veíamos rendir así de bien en una crono desde el mundial de Doha, logró el segundo puesto, a 14 segundos de Dennis, con Froome quinto a 35. El Giro salía vivo de la crono, pero no nos imaginábamos cuanto.

Elia Viviani consiguió su cuarta victoria de etapa en Iseo, un día antes de que comenzase la fiesta final del Giro. El italiano, perfectamente lanzado por sus compañeros, superó a Sam Bennett en otra jornada pasada por agua y sentenció la clasificación de la regularidad justo antes de que comenzaran las etapas alpinas, donde solamente tuvo que preocuparse de no entrar fuera de control. No lo tuvo fácil el italiano, que tuvo que superar un inicio de etapa complicado, con muchos ataques en la parte más dura de la jornada. Luis León Sánchez no paró de intentarlo, pero al murciano le vigilan desde que se levanta hasta que apaga la luz de la mesilla por la noche. Se ha ido de vacío del Giro, pero Sánchez se ha marcado un auténtico carrerón que contrasta perfectamente con su temporada, una de las mejores de su vida hasta el momento. Los años pasan, la calidad permanece intacta.

Y comenzó lo bueno. La primera de las tres etapas finales del Giro tenía la meta en Prato Nevoso, pero la nula exigencia de la jornada hasta la ascensión final nos dejó una etapa algo insípida. Hubo dos carreras. La de la fuga y la de los favoritos. Rubén Plaza, que llevaba todo el Giro pensando en esta etapa, se metió en la escapada. Al alicantino le falta una etapa en la corsa rosa para redondear su palmarés, y apunto estuvo de lograrlo. Sin embargo, se encontró por el camino con un ciclista catorce años más joven que él que está llamado a hacer grandes cosas en este deporte. Maximilian Schachmann, que ya había dejado varias pinceladas de su inmensa calidad durante el Giro, controló los tiempos como si fuera un veterano con mil batallas en su haber. Secó los ataques de Mattia Cattaneo, aceleró en el último kilómetro… y victoria en su primera grande. No se olvidó el alemán de su compañero Michael Morkov, que también se filtró en la escapada y le llevó en volandas hasta Prato Nevoso. El Quick-Step en estado puro. Rubén Plaza, por su parte, logró una nada despreciable segunda posición. No entró en los cambios de ritmo, subió al tran-tran… y se quedó a las puertas de la victoria. Una pena, pero más no pudo hacer.
Y, por detrás, Simon Yates dio los primeros síntomas de que la gasolina se le estaba agotando. Pudo con la primera aceleración de Dumoulin, pero reventó en la segunda y acabó cediendo 28 segundos con el holandés y con Froome. El Giro se comprimía. En el menú del día siguiente, etapa de 184 kilómetros con la temible ascensión a Finestre incrustada a mitad de camino.

Como dije el otro día, el ciclismo está inventado. Inventadísimo. Ni etapas cortas, ni cambios (¿pero qué te has fumado, Eusebio?), ni grandes vueltas de dos semanas, ni narices. Jornada largas, bien compensadas con días más asequibles, muchos kilómetros contrarreloj y etapas de montaña bien diseñadas que den pie a diversas estrategias. Y ya está. Si juntas estos elementos, tendrás un espectáculo deportivo magnífico durante tres semanas.
Dijo Chris Froome en Prato Nevoso que se encontraba cada vez mejor. Y no mentía. Vaya que no mentía. Han pasado unos cuantos días y todavía me cuesta creer lo que vimos el sábado. Un imperial Froome puso a su equipo a trabajar desde que comenzó la etapa. Ya en Finestre, Salvatore Puccio, David de la Cruz y Kenny Elissonde machacaron al personal durante la primera parte de la ascensión y poco después de entrar en la parte de tierra, Froome atacó. A más de 80 kilómetros para el final, el británico aceleró como si la meta estuviese en la cima del puerto. Coronó con 40 segundos y se lanzó en el descenso camino de Sestriere. Estaba a tres minutos de Dumoulin en la general y si quería ganar tenía que inmolarse y esperar que el holandés cometiera algún error. Y lo hizo.
Tom Dumoulin se tomó Finestre con calma, e hizo bien. Esperó a Thibaut Pinot, con problemas mecánicos, y coronó con el francés Miguel Ángel López y Richard Carapaz a rueda. Sin embargo, Dumoulin le regaló un minuto largo a Froome en el descenso, puesto que optó por esperar a Sebastien Reichenbach, el último gregario de Pinot, que venía por detrás. Decisión que le costó el Giro, aunque he de decir que yo hubiera hecho lo mismo. Dumoulin no estaba al tanto de la nula capacidad de Reichenbach en los descensos. Una auténtica calamidad. Tardó un mundo en llegar al grupo y en el descenso de Sestriere, con Froome ya a dos minutos, se volvió a quedar. Y eso que no era ni la mitad de técnico que el descenso de Finestre.
Cuando Dumoulin decidió esperar, quedaban más de 60 kilómetros para el final y pensó, con mucha lógica, que Froome, tarde o temprano, petaría. Quedaban aún dos puertos por delante y yendo a relevos la lógica dice que vas más rápido que sólo. Pero el del Sky iba en moto. Aumentó su ventaja hasta los 3:30 en la subida y posterior descenso a Sestriere y en Jafferau sostuvo las diferencias. Froome iba muerto en el último puerto, pero detrás estaban en la tumba. Ganó la etapa y sentenció el Giro de Italia tras una etapa memorable que ya forma parte de la historia de este deporte. La mejor victoria de su carrera, y mira que tiene un palmarés extenso. En el ciclismo moderno, hacer lo que hizo Froome el sábado es una auténtica proeza. Una locura. Carapaz y López, que no le dieron ni un mísero relevo a Dumoulin ni cuando tenían a Froome a un minuto, esprintaron en los metros finales para ocupar las posiciones de honor de la etapa. Pinot, que entró unos metros por detrás de los sudamericanos, aseguró, o eso parecía, su plaza en el podio. Dumoulin, desfondado, entró a 3:23 de Froome, exactamente el tiempo que perdía cuando comenzó a ascender Jafferau. Clavaron la última ascensión. El primer grupo, con Davide Formolo, Sam Oomen, Patrick Konrad y Pello Bilbao, llegó a ocho minutos. Una etapa de otro tiempo. Magnífica. Asombrosa.

El Giro de Italia estaba visto para sentencia, aunque los 40 segundos que separaban a Froome y Dumoulin invitaban a soñar a los más optimistas. Pero los ciclistas estaban muertos, y no era para menos. La paliza del día anterior pasó factura y no sucedió absolutamente nada hasta la ascensión final a Cervinia. Dumoulin atacó a Froome con tesón y orgullo, pero en sus piernas no había energía para más. El del Sky controló sin dificultad al holandés, que sabía que no llevaba piernas y, aún así, lo intentó. Ha tenido la mala suerte de encontrarse con uno de los mejores ciclistas de la historia. Sino, Dumoulin hubiera vuelto a ganar el Giro. Un único error le costó la carrera, pero tiene motivos para irse de Italia con la cabeza alta. Miguel Ángel López, que puso al Astana a trabajar durante toda la etapa, vio recompensado el trabajo de sus compañeros y ascendió a la tercera plaza de la general, con Pinot llegando a media hora del grupo de los mejores. El francés, que el día anterior se defendió con creces, había asegurado su plaza en el podio. Pero, al igual que le sucedió a Yates en Finestre, su cuerpo dijo basta y reventó en el segundo puerto, en Saint Pantaléon. Como estaría que acabó la noche ingresado en un hospital de la zona y no pudo viajar a Roma para acabar el Giro.
La victoria de etapa recayó en un soberbio Mikel Nieve, que se metió en la escapada e hizo lo que quiso con el resto de fugados. Atacó en la última parte de la subida a Saint Pantaléon y se fue directo a por su tercera victoria de etapa en el Giro, la quinta del Mitchelton-Scott en esta corsa rosa (y la primera de España). Otro por el que no parecen pasar los años.

Nueve años después, el Giro volvía a acabar en Roma. Pero no con una contrarreloj, como en 2009, sino con una etapa en línea en un circuito tan peligroso que los ciclistas montaron el pollo y los tiempos se anularon tras las dos primeras vueltas, lo que nos dejó una última etapa bastante bochornosa, con el 90% del pelotón yendo de paseo por las calles de la capital italiana. Sam Bennett dio la sorpresa batiendo a Viviani en la última volata del Giro a los pies del Coliseo, redondeando un Giro soberbio en el que ha logrado tres victorias de etapa. Viviani no pudo conseguir la quinta, pero selló su victoria en la clasificación de la regularidad, su gran objetivo en este Giro. Froome ganó su sexta gran vuelta, completó la triple corona y, además, se llevó la montaña, como hiciera en el Tour de Francia 2015. Lo mejor del día, las vistas aéreas de la Ciudad Eterna; la etapa, mejor olvidarla.

¿Qué Froome no debería haber corrido este Giro? Pues a lo mejor no, pero en todo caso, las reglas le han permitido estar aquí y si finalmente es sancionado por dopaje y este título es eliminado de su palmarés, las quejas deberán ir dirigidas a la UCI y a su maldita y tediosa burocracia. De momento, nos tenemos que quedar con su histórica y memorable exhibición en Finestre. Tardaremos mucho en volver a ver algo similar. Chapó por Dumoulin, que se ha entregado en cada etapa y se ha quedado a un suspiro de revalidar victoria en el Giro y bien por Miguel Ángel López, que mejoró notablemente en la tercera semana para ganar la clasificación del mejor joven y para subir por primera vez al podio de una gran vuelta.
El Giro. No hay otra carrera igual. Mira que empezó mal, pero ha acabado tan bien que es imposible no otorgarle un sobresaliente a una carrera tan bonita y exigente. Sólo ocho equipos han logrado al menos una victoria de etapa, dato que refleja la tremenda complejidad de una carrera que siempre nos regala, como mínimo, una etapa inolvidable. En esta ocasión, imperecedera.
- Siempre y cuando no de positivo, Froome será para mí el legítimo ganador de este Giro de Italia. © Tim de Waele
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