Tras la celebración de los campeonatos italianos de ciclismo, el ciclista del Nippo Vini Fantini, Damiano Cunego, ha colgado la bicicleta. Tras una carrera en la cual los éxitos individuales han ido de más a menos, llega para el “Piccolo Principe” el momento de dejarlo. Situación que a algunos no nos deja indiferentes y nos invita a introducirnos en la reflexión.
Cuando empecé a seguir el ciclismo, lo que me ayudó a aficionarme a este deporte fueron los corredores que dominaban, vencían y protagonizaban las principales carreras del calendario. De alguna forma, tal vez me aficioné a ver correr a aquellos ciclistas que se convirtieron en mis ídolos deportivos. Más que querer ver ciclismo, lo que yo quería era verles a ellos.
Fue un tren en marcha al cual yo decidí subirme, y los pasajeros que allí me encontré eran Contador, Purito, Valverde, Sastre, Evans, Cancellara, los Schleck, Basso, Cunego, Chavanel… hacia quienes proyecté toda mi ilusión. Ellos fueron las caras que me presentaron el ciclismo, con sus emociones, sus normas, sus aventuras, sus más y sus menos. Parecía que iban a estar allí para siempre.
Poco a poco, las leyes de la naturaleza y de la lógica se fueron imponiendo y aquellas figuras empezaron a bajarse del tren. Fue algo gradual, un goteo lento pero constante. Hasta que, llegados al día de hoy, ya prácticamente no queda ningún pasajero en aquel tren al cual me subí hace algunos años. Tampoco me he quedado solo, el trayecto sigue y poco a poco han ido entrando nuevos corredores, nuevos pasajeros. No tienen nada que envidiar a los anteriores, pero es comprensible que yo no sienta la misma pasión por ellos que por aquellos que hicieron que yo me encandilara por las bicicletas. No tiene nada que ver con ellos ni con su forma de correr, sino más bien con mi momento personal.
Cada retirada, como ahora la de Cunego, no hace sino volver a hurgar en la herida, recordarnos cuánto fueron doliendo todas las anteriores y añadir una piedra más a cargar sobre la espalda. Un pasajero más que ha decidido que ya era hora de bajarse y culminar el trayecto.
Como he dicho, a veces me planteo si verdaderamente me aficioné al ciclismo o simplemente me aficioné a ver correr a ciertos ciclistas. Tal vez sea una combinación de ambas cosas. Creo que a muchos nos ha pasado. Todos hemos experimentado o vamos a pasar por ese periodo de desasosiego, de desánimo y de desgana, porque ver ciclismo ahora ya no es sinónimo de ver a quienes estábamos tan acostumbrados a animar. Es como un duelo que debemos pasar hasta que volvamos a tener energía y ánimos suficientes como para poder seguir -eso sí, de forma distinta- a los corredores que estén actualmente ocupando la primera plana.
Me siento feliz por haber coincidido en ver a unos ciclistas que, para mí, han sido y serán para siempre los mejores. He disfrutado gracias a ellos de unos años fantásticos que, a pesar de que ya no volverán, quedarán eternamente grabados en mi memoria y me harán esbozar una amplia sonrisa al recordarlos. Al final fue cierto aquello que decían de que no iban a estar ahí para siempre, aunque es innegable que hubo un día en el cual, para mí, lo fueron todo.
Todos elegimos en su día a qué tren nos subíamos, sin saber qué ciclistas nos íbamos a encontrar. A todos, de algún modo, nos han marcado de forma especial los corredores que nos hicieron aficionarnos al ciclismo. Ellos no son para siempre, claro está, pero sí lo es el ciclismo, ese tren al cual nos subimos en su momento y que no se detiene por muchos pasajeros que se suban o se bajen.
Nos corresponde a nosotros decidir ahora si queremos seguir subidos y apostar por los que están y por los que tienen que llegar, o bien bajarnos si sentimos que la llama de la pasión se ha apagado definitivamente.
Nostalgia e implicación personal se unen en este personalísimo artículo que nos toca sutilmente la fibra… emocionante para cualquier aficionado.
Gracias
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