¿Qué sabor nos deja el Giro 2019?

Es inevitable sentir cierto desánimo ante el final de una Gran Vuelta ciclista por etapas. Más aún si es el Giro, que desde hace ya tiempo ha hecho méritos para que la consideremos la mejor carrera de tres semanas, por encima del Tour y de La Vuelta.

Dicen los entendidos que los humanos tardamos 21 días en acostumbrar a nuestro cuerpo a un hábito. Precisamente, una carrera como la italiana nos ofrece 21 etapas, distribuidas en 23 días si tenemos en cuenta los dos días de descanso de los que disponen los corredores. Me imagino que tal vez sea ésa la razón por la cual sentimos una gran sensación de vacío tras el epílogo de la carrera, ya que nos hemos habituado a «convivir» con ella, a tenerla de acompañante en nuestras sobremesas durante tres emocionantes semanas. Parece que ya no recordamos qué era de nuestras vidas antes del Giro de Italia, ya nos habíamos empezado a creer que iba a estar ahí durante todo el año, olvidando rápidamente cuáles eran nuestras rutinas en ausencia de esos corredores que sufren a través de nuestras pantallas y que dan lo mejor de ellos mismos para hacer que disfrutemos de un espectáculo mayúsculo. Yo, aficionado a cada carrera ciclista que se corre en el calendario profesional, siempre me he sentido más apegado hacia las grandes vueltas, porque me permiten conectar poco a poco con la carrera y con los corredores que son favoritos a ganarla, y con el paso de tantos y tantos días provocan que nazca en mí una sensación de apego y de empatía hacia todos ellos que rápidamente se convierte en duelo al finalizar.

En cuanto al desarrollo de la carrera, me quedo con el espectáculo. Parece que aquí no estoy diciendo nada, pero en realidad lo estoy diciendo casi todo. Durante los últimos y ya no tan últimos años, hemos sido testigos del «castigo» que el equipo Sky -ahora Ineos- ha impuesto sobre muchas grandes carreras del calendario. Concretamente, y donde más aplastantes se muestran, es en el Tour de Francia, escenario para el cual presentan su mejor equipo e imponen sin piedad su tiranía, la cual no deja lugar al espectáculo. Así que siempre resulta confortante ver cómo en una gran carrera como la italiana no aparezca un equipo dominador. Si bien Movistar ha sido el equipo más sólido, no han arrollado de la manera que Sky nos tiene acostumbrados. Todo ello, sumado a la participación de corredores valientes en un gran estado de forma, son un cóctel perfecto para divertirnos a más no poder. Cóctel, por cierto, culminado con un diseño del recorrido que es variado y que en Italia siempre respeta la esencia de las grandes vueltas: equilibrado, que incluye su dosis de etapas llanas (también necesarias), etapas de media montaña, contrarreloj y etapas de alta montaña, con puertos encadenados y largos kilometrajes. Tiene que haber para todos. Como punto negativo debo comentar, eso sí, que si bien es cierto que en la presente edición ha habido variedad, su reparto ha sido, a mi parecer, algo nefasto. La primera mitad de la carrera ha sido demasiado suave y tediosa, concentrando toda su dureza y de forma desproporcionada en la segunda parte. Eso sí, el tiempo perdido por parte de los escaladores ante Roglic en las contrarreloj, les ha obligado a exprimirse y a atacar desde lejos en cada subida en búsqueda de recuperar ese tiempo.

Si hablamos de la participación, creo que lo de Richard Carapaz debe tildarse de sorpresa. Pese a su cuarto puesto de la edición pasada, el paso hacia la victoria es de gigante. No puede compararse a, por ejemplo, pasar de un décimo puesto a un séptimo. En adelante le vendrá el momento de confirmar lo conseguido, y si es en Movistar mejor que en otra parte, equipo que en este Giro ha corrido con una valentía y una inteligencia que no se recuerdan.

Por Landa siento admiración y lástima a partes iguales. El Giro se le cruzó tras sus dos pésimas primeras contrarreloj, sumándole a esto la caída que por accidente le provocó «el puto Yates» y que le hizo perder aún más tiempo. En montaña anduvo el alavés como el que más, y ha sabido trabajar fielmente para su compañero ecuatoriano. Su última crono en Verona ha sido más que digna, pero insuficiente para alcanzar un podio que, como en el Tour del 2017, se le escapa por casi nada. También se le escapó por poco la última etapa de montaña, teniendo a todo un Carapaz entregado en busca de devolverle un favor, pero encontrándose ante un imponente Pello Bilbao. Una lástima, pero en ciclismo todo cuenta, y cabe decir que las pruebas contra el reloj son una parte muy importante del juego.

Para el siciliano del Bahrain, un segundo puesto muy trabajado y difícilmente mejorable.

Nibali no ha sido el más fuerte, pero sin serlo ha ganado grandes vueltas por inteligencia. Esta vez ha sido segundo por valentía, por cojones. El siciliano lo ha dado todo y no tiene nada que reprocharse. Si acaso, su vigilancia extrema hacia Roglic, creyéndole el más fuerte y olvidando un poco al resto, o dejando marchar -si es que le dejó- a Carapaz el día que se vistió de rosa. En todo caso, se ha dejado el alma, como siempre, y gane o pierda eso siempre es de agradecer, porque ciclistas como él apenas quedan.

Sobre Roglic he leído y escuchado que no ha estado a la altura. En mi opinión, nada más lejos de la realidad. Sí creo, como muchos, que ha llegado demasiado en forma al inicio de la carrera, y eso se acaba pagando. Como dice Contador, la dureza estaba concentrada al final y llegar al inicio demasiado fuerte se paga. Pese a eso, el esloveno no tiene una gran experiencia en grandes vueltas, y es la primera vez que pisa un podio final. Ha ido de más a menos, pero ha hecho su carrera de la forma más inteligente: acumulando tiempo en las cronos y administrando su renta en la montaña. Podría haberse desfondado cualquier día, pero ha sufrido como un jabato para llegar con opciones de pisar el podio de Verona el último día, y finalmente lo ha logrado.

Quisiera destacar también el meritorio y sufrido quinto puesto de Mollema, poniendo la guinda a una gran participación del equipo Trek, en el cual Ciccone se ha llevado la etapa reina del Mortirolo y compañía, y ha arrollado en la lucha por el maillot de la montaña. Sobre López, lamento aún más sus desgracias que las de Landa, creo que las averías y algún que otro espectador se han cebado con él en los momentos más decisivos y delicados. Y lo peor es que lleva así años. Dudo que el maillot de mejor joven le consuele.

Mención especial para Sivakov y Bilbao, de quienes poco se ha hablado, pero que lo han bordado. El ruso es toda una perla de 21 años que se ha colado en el noveno puesto final a base de muchísima regularidad, y el de Guernica se ha llevado dos etapas como únicos triunfos españoles de la carrera este año. Podríamos añadir a Masnada, otro joven ciclista italiano del Androni que se ha llevado una etapa y se le ha visto en cabeza y peleando durante muchísimas fugas.

Ha habido muchos más corredores que podría destacar, pero esto es una entrada de un blog, queda lejos de pretender convertirse en un libro. Solo me queda comentar que desde ya mismo -por si no se había notado- estoy echando de menos la ronda transalpina. Ahora vendrá el Tour, aunque antes tendremos otras carreras que nos van a ir entreteniendo el paladar, como el Dauphiné, la Vuelta a Suiza o los campeonatos nacionales. También podemos aprovechar la excusa para deleitar otros placeres alejados del mundo de las dos ruedas, supongo que no todo es ciclismo, aunque ahora no lo parezca. Nos leemos pronto.

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