El Giro y sus emociones

Una gran vuelta por etapas siempre es una oportunidad para comprometerse de pleno con el ciclismo profesional. Y es que, a pesar de las circunstancias personales de cada uno, si se logra mantener el compromiso de seguir y de ver 3 semanas enteras de bicicletas quiere decir que uno está muy enganchado a este deporte y que haría cualquier cosa para no dejar de verlo.

Tras tantos días de competición, es inevitable que haya momentos para todo. No podemos pretender que todos los momentos sean álgidos, emocionantes, excitantes y vibrantes. Creo que nadie, en su vida, tiene 21 días seguidos de emoción y de satisfacción plena. No sería realista proponérselo y supondría vivir en una constante frustración. Hace falta pasar por los momentos más bajos, más tristes y negativos para aprender de ellos y dar paso así a los días en los cuales uno siente, con toda convicción, que vivir vale la pena.

Lo mismo pasa, como digo, con el ciclismo. En este Giro de Italia, en concreto, ha habido momentos que me han desesperado por completo. Pero ahora ya ha terminado, y creo sinceramente que lo más inteligente es quedarse con lo bueno, con esos momentos vibrantes. De lo malo siempre se aprende pero no siempre es de lo que apetece escribir. A pesar de un cierto sabor agridulce que me ha perseguido por momentos, me ha gustado muchísimo revivir la sensación de estar conectado con esta carrera, sus emociones, sensaciones y con todo lo que iba sucediendo. Me ha gustado estar ahí como si de un matrimonio se tratara. Para lo bueno y para lo malo. En las etapas llanas y en las de montaña. En las de grandes ataques y en las que se fumaban. Y, si pudiera, también habría compartido la lluvia y el frío.

De esta edición del Giro, me quedo con la bonita pelea que ha habido en busca del triunfo final. No es ninguna tontería ni tampoco una obviedad lo que digo, y es que, tras la segunda semana, todo parecía decidido, y la última semana llegó para demostrarnos que aún se podían mover las fichas más de lo que “a priori” nos parecía a la mayoría. 

Finalmente triunfó Bernal, ese ciclista del que muchos llegaron a dudar y que ha demostrado que está de vuelta para -si su espalda lo permite-, quedarse. Ha ganado como un campeón y eso me alegra. Ha peleado, ha atacado y ha sido valiente cuando más difícil era serlo. Es decir, cuando ya iba de líder. Ha demostrado que nunca está de más atacar cuando se está en estado de gracia, porque eso puede ser efímero y toda la renta de tiempo que saques cuando te puedes permitir hacerlo nunca está de más; siempre te puede hacer falta en momentos más duros.

Es probable que haya cimentado su victoria durante las dos primeras semanas, pero ha sido en la tercera cuando ha demostrado ser quien realmente es: un campeón de los más grandes. Cuando se sufre y se tiene que aguantar cada kilómetro, cada ataque de un rival, cada día y cada segundo arrastrando una inmensa fatiga es cuando uno trasciende. Cuando uno aguanta todo eso sin desfallecer ni física ni moralmente, es cuando se fragua el triunfo. Cuando se sobrevive a uno o varios días malos, de penurias, de gestos de intenso cansancio, es ahí cuando, quien la posee, saca a relucir su casta de campeón. Precisamente, cuando más falta hace.

Si me aficiono a un ciclista es porque me transmite emociones y cuando creo que ha luchado, ha sido valiente, ha sufrido para vencer y se lo merece. Eso es lo que me ha pasado con el colombiano, quién me hizo vibrar el día que se llevó la etapa con final en tierra y todos los posteriores donde atacó cuando pudo y sobrevivió mientras sufría. Desde que le vi ser tan valiente desde tan pronto supe que quería verle de rosa en Milán. Porque además, me acordaba de todo lo que venía de pasar y de sufrir.

Mi momento favorito, el momentazo, mi momento estrella, eso sí, se lo lleva Damiano Caruso, quien apostó por ser valiente el último día y jugar a ganar, a emocionar a toda Italia y a llevarse una etapa que sin duda todos los líderes para los que ha trabajado en el pasado se alegran de que haya logrado. 

Todos estos momentos, estos chispazos, son lo que me reconcilian una vez más con el ciclismo y me recuerdan que éste es y será para siempre el deporte de mi vida. Y que solo por estos efímeros instantes vale la pena seguirlo, evitar spoilers, trasnochar para ver las etapas e incluso ir un poco cansado. Porque el ciclismo siempre compensa.

Damiano Caruso vive 'un día como un campeón' en el Giro de Italia - Swiss  Cycles

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