Parece increíble pero ya lo volvemos a tener aquí. Este sábado arranca una nueva edición del Tour de Francia. Por mucho que se cuestione, es y será siempre la carrera estrella del calendario ciclista. La carrera francesa podrá tener sus más y sus menos, podrá emocionarnos o desesperarnos, pero lo que está claro es que, año tras año, la expectación que despierta siempre es máxima. Para los aficionados a este deporte, supone el momento culminante del año, el cénit y la cúspide de la temporada.
Cada vez que termina una edición, deseamos que llegue la siguiente. Es cierto que, en esta ocasión y de forma excepcional, no hemos tenido que esperar un año para volver a disfrutarlo. Y es que la pandemia retrasó la celebración de la pasada edición. A eso le sumamos que la presente edición comenzará un pelín antes en vistas a los próximos Juegos Olímpicos.
El Tour es sinónimo de verano, de alegría, de días largos, de siestas interrumpidas los días de alta montaña, y de no tan interrumpidas los días de etapas llanas y tediosas. Es sinónimo también del sonido diario del helicóptero de carrera, de retransmisiones que nos obligan, en España, a coger el mando a distancia y pasar de Teledeporte a La 1 para ver los finales de etapa, para volver finalmente a Teledeporte de nuevo si nos hemos quedado con ganas de ver el podio final y las entrevistas.
Del Tour de Francia uno echa de menos todo eso. La competición en sí es el plato principal, pero el aficionado valora toda la ceremonia. La carne puede ser deliciosa, pero una buena guarnición que la acompañe siempre mejora nuestro plato. Estamos deseosos de ver a Perico y a Carlos de Andrés dándonos los buenos días y acompañándonos durante la retransmisión. Tenemos ganas de escuchar a Carlos de Andrés comentando los castillos de las diferentes localidades por las cuales transcurre cada etapa, y también de escuchar sus enfados por antena debido a las absurdas decisiones que la organización de la carrera en algún momento tomará, o por las decisiones del pelotón de no disputar algunas etapas. Tampoco nos faltan las ganas de reírnos con las batallitas y los chistes malos de Perico, aunque ya los haya contado cincuenta veces. Uno tiene ganas, incluso, de ver y de tratar de imaginar cada mañana qué camisa escogerá ponerse Carlos de Andrés para lucir en pantalla.
Es curioso porque todos esos detalles no siempre se valoran, ya que se dan por hecho. Es fácil obviarlos y creer que lo único que nos importa es lo que sucede en competición. Pero no es así. Todos los ingredientes juegan un papel determinante y hacen que todo en sí nos parezca especial. Cada entrevista, cada momento y cada instante y anécdota que suceda durante cada etapa, ya sea antes o después de ella, cada noticia, es especial. Todos y cada uno de los detalles. Incluso cuando unas vacas impiden el paso de los corredores en pleno descenso del mismísimo Tourmalet. Todo es relevante, aunque no lo parezca. ¿Veríais el Tour sin comentarios? ¿Os parecería igual de entretenido sin todos esos momentos? La respuesta que daríamos a esta pregunta nos lleva al razonamiento que comento.
Al final el Tour es como la vida misma. Es como cada cosa especial que esperamos con ansia que llegue y luego todo pasa en un suspiro. Uno casi que disfruta más de los días previos, emocionado por lo que está por venir, que no una vez todo está en marcha y vemos cómo se desvanece sin apenas parpadear.
Supongo que lo mejor es dejarse llevar y disfrutar. No enfadarnos si un día no nos gusta lo que vemos en pantalla. No ser demasiado críticos con los corredores. Son humanos y no ofrecerán espectáculo todos los días. Es mejor afrontar estas tres semanas con esta visión más realista. Tratemos de entender que una declaración salida de tono puede ser fruto de un calentón, de un momento de tensión el cual el propio ciclista aún no ha tenido oportunidad de dejar enfriar. En definitiva, no exijamos lo que honestamente no nos exigimos ni a nosotros mismos. Entendamos al ciclista como nos entendemos a nosotros y a las personas que queremos. Nadie es perfecto y cada uno es como es. Cada uno tiene una circunstancia y un contexto.
En nuestro día a día, podemos ser felices sin que eso signifique que cada día sintamos que sale el sol. Un día negro no arruina una tendencia positiva, así que los momentos de decepción que puedan surgir tampoco arruinarán ni el espectáculo ni una buena y positiva sensación general. Más que nada porque luego el espectáculo acabará y entonces nos quejaremos y lo echaremos de menos. Porque somos así. Y, tras 21 días, habremos creado un hábito del cual muy cruelmente nos tendremos que deshabituar de nuevo, muy rápidamente. Y eso será muy difícil de lograr, porque para los más enfermos de este universo, sabemos de sobra que el Tour de Francia siempre lo es todo.
¡A disfrutar!
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