El ciclismo era esto

Vaya día. Estamos ante un día en el cual seguramente sobren las palabras, pero que al mismo tiempo da pie a muchísimas. Estamos prácticamente en el final de la temporada de ciclismo en ruta y hoy nos hemos llevado el que seguramente sea uno de los mejores regalos de todo el año. En pleno mes de octubre. En pleno otoño, cuando se supone que ya casi deberíamos estar pensando en dejar el ciclismo a un lado por un tiempo para poco a poco empezar a pensar en lo que nos deparará la temporada que viene.

Por fin volvió. Al fin hemos podido volver a disfrutar de una nueva edición de la París-Roubaix, esa carrera mítica que se disputa por el norte de Francia desde 1896 y que hoy celebraba su edición número 118. Es uno de los monumentos del ciclismo, y no es para menos. Más que por su longitud, lo es por su antigüedad y sobre todo por sus tan bien conservados tramos de pavé que hacen que cada año nos podamos transportar de forma mágica a ese ciclismo duro, épico y rocoso de antaño. Es una carrera para corredores fuertes y curtidos, normalmente experimentados y a quiénes la sed de gloria les compensa todo el sufrimiento y la posibilidad de caerse y hacerse algún tipo de daño.

Llevábamos desde abril de 2019 sin poder disfrutar de una de las mejores carreras del año. Lejos nos parece ya la última victoria en el velódromo de Roubaix por parte de Philippe Gilbert. Pero aún llevábamos más tiempo sin poder disfrutar de esta carrera en un día de lluvia. Muchos son los que ahora comentan que no sería mala idea celebrar esta carrera, en adelante, en el mes de octubre. Este año la pandemia obligó a suspender su celebración en abril para hacerlo ahora, y quizás esto haya servido de reflexión. Esta propuesta, que veremos si se convertirá en una realidad, no se dice por el hecho de que hoy haya llovido (al fin y al cabo abril suele ser también un mes bastante lluvioso). Si se propone es porque la peligrosidad de participar en ella puede hacer que las posibles lesiones de muchos corredores lastren el resto de sus temporadas. Celebrada en octubre, este miedo desaparece ante la inminente llegada de las “vacaciones ciclistas”.

En todo caso, volviendo al día de hoy, creo que está claro para todos que hemos visto un día fantástico. El aficionado más puro estaba deseando un día así, con lluvia, con condiciones difíciles y, ante todo, con una muy buena actitud y predisposición por parte de los ciclistas. Ha quedado claro, una vez más, que es una carrera que se podría partir y dividir ante dos lecturas: la de la fuerza y la experiencia, y por otro lado la del factor suerte. Uno puede estar tremendamente en forma y no ganar debido a un infortunio a veces imposible de evitar.

Ese infortunio es el que hoy le ha tocado vivir a un Gianni Moscon que parecía tener verdaderas opciones de dar la campanada ante los favoritos al triunfo hoy. Una avería y una caída han lastrado sus posibles opciones.

Por otro lado, hoy de nuevo hemos visto a un Van Aert que de nuevo no ha gozado de las fuerzas ni de las piernas que hubiera deseado. Han sido finalmente tres debutantes los que se han mostrado más enteros y se han jugado el triunfo en el velódromo de Roubaix. Van der Poel ha sido seguramente el corredor más entregado, aunque no se haya llevado premio. Quizás no haya sabido calcular bien ese sprint diferente en el velódromo. Lo que está claro es que esta experiencia le va a enseñar muchísimo. Tiene al menos una París-Roubaix en sus piernas. El joven Vermeersch ha sido segundo y seguramente sea la sorpresa del día. Un nuevo nombre a añadir a la lista de serios candidatos de cara al futuro.

Por su parte, un Sonny Colbrelli inmenso ha saboreado el cielo en el día de hoy. Ha hecho una carrera absolutamente perfecta, ha calculado sus fuerzas y no ha sufrido ningún tipo de mala suerte. A veces parece que uno gana porque el destino se lo estaba reservando, del mismo modo que otro podría no ganar porque ese mismo destino también se lo estaba reservando así, de ese otro modo. No es habitual ganar en una primera participación, pero es cierto que el italiano es un corredor muy experimentado y que lleva una temporada de ensueño. Seguramente esté en el momento culminante de su carrera y no cabe duda de que lo está sabiendo aprovechar a la perfección. Hoy mismo le ha dado a Italia el primer triunfo de su país en lo que llevamos de siglo. Y es que no recordaban lo que era ganar aquí desde 1999. Lo más bonito, sin duda alguna, han sido sus gritos y sus lágrimas de emoción nada más proclamarse vencedor. Toda euforia y cada lágrima derramada está más que justificada. Unas lágrimas cubiertas de barro y, sobre todo, de alegría.

Menos mal que la carrera la iban comentando y que uno ya reconoce a los ciclistas por su cuerpo y su forma de pedalear, porque de no ser por eso hubiera sido imposible reconocerlos. Ellos estaban debajo, detrás de toda esa cantidad de barro que les cubría absolutamente todo el cuerpo y les hacía parecer pequeñas montañas, dunas en movimiento que no lográbamos entender cómo eran capaces de mantener sus ojos y su vista clara en un día en el que ni los coches ni las motos han logrado mantener el equilibrio.

Las duchas del velódromo son otro lugar de culto, otro espacio histórico que magnifica aún más una carrera en la que todo se conserva a la perfección, casi como debía estar en 1896. Está claro que ducharse allí en el día de hoy está más que justificado y es el premio mínimo que todos los finalistas merecen. Una ducha que seguro que no será suficiente para deshacerse de cada resto de barro, de polvo o de tierra.

En definitiva, debo decir que a mí no se me ocurriría una mejor forma de empezar a despedir esta temporada y personalmente apoyo la propuesta de celebrar esta carrera en estas fechas. Más que nada porque ameniza muchísimo el tiempo que vamos a estar sin bicicletas y nos deja un gran sabor de boca para cerrar el año. Es como acabar una buena comida con un postre inmejorable. Detrás del polvo, existe un pastel con una guinda brillante, limpia y muy sabrosa y apetecible.

Voy a estar bastantes días saboreando lo que he visto hoy. Las imágenes contrastadas de Van der Poel y de Colbrelli me emocionan de distinta forma pero con la misma intensidad. No hay nada mejor que ser consciente y sabedor de que el ciclismo puede seguir siendo divertido y que lo puede seguir siendo para siempre. Más que nada porque el espectáculo, a pesar de los detonantes externos, siempre va a estar en manos de los ciclistas. 

No quisiera olvidarme de las chicas, quienes ayer pudieron disfrutar de un día histórico: el de la primera edición de la París-Roubaix para ellas en toda su historia. Tan solo puedo decir que ya tocaba y que me gustaría sacar tiempo para verlas a ellas del mismo modo que trato de sacarlo para ellos. No me cabe ninguna duda de que van a marcar historia, como mínimo, de una forma tan intensa como ellos. El barro y el polvo no le restan claridad al aficionado para ser consciente de que este fin de semana ha sido redondo e histórico a partes iguales.

Me alegra que ayer y hoy -por si lo había olvidado- me hayan hecho recordar que, realmente, el ciclismo era todo esto.

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